Selección de críticas recibidas, tanto positivas como negativas
actualización permanente
Sobre La alambrada:
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«No diré aquí lo que, finalmente, el tío moribundo acaba por encontrar, como una moneda de oro, al fondo del fango, ni en qué se impulsa el joven para obviar, o aplazar al menos, el absurdo y seguir hacia delante. Novela humana y profunda, emparentada con lo mejor del existencialismo, La alambrada se aparta de cuanto sea conformismo y distracción (en el peor sentido, en el sentido de no querer advertir lo que ocurre alrededor) y apuesta por una constante incitación al lector para que se detenga a pensar, para que considere lo que es y abra los ojos, sin el recurso fácil a esas ideas que flotan espesas por el aire.»
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Miguel Baquero, el lunes 6 de abril de 2009 en el blog La Tormenta en un Vaso
Sobre La alambrada:
«El hierro se afila con hierro, así afila un hombre el rostro de otro. Este proverbio salomónico sirve de base para este soberbio relato que José Marzo nos ofrece. Aprovechamos su segunda edición para reseñarlo ya que merece la pena dedicar un ratito de nuestras lecturas a paladear esta obra maestra de los diálogos.»
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Reseña completa en El Placer de la Lectura, de 6 de julio de 2009
Fragmentos de la crítica literaria sobre La alambrada a cargo del catedrático Isidro Cabello Hernandorena, publicada en Revista Quimera en 2002:
«La sabiduría constructiva, la acertada dispositio de los elementos, requiere mucho oficio. (…) Como fruto, el relato se abre in extremas res con el anuncio de la muerte del que será principal protagonista, Emilio, avisada a su sobrino, Ángel, narrador testigo y, en buena parte, coprotagonista cuando no antagonista; a partir de ahí, el narrador reconstruye las últimas horas de la vida de Emilio. (…) Por un lado, tenemos un tiempo cercano, vivido, el del último encuentro entre tío y sobrino, desarrollado en la desnudez de una habitación de hospital compartida; una situación límite cuya duración coincide con la de los diálogos que lo componen; un tiempo que se inicia con cierta esperanza y por ello se recalca que son las siete y media de la tarde, de una tarde bonita y de cielo azul madrileño (…) El diálogo, elemento expresivo predominante, tiene en su fondo los diálogos socráticos, en los que la verdad se va revelando como sin querer por medio de
ágiles asociaciones mentales y hábiles avances en los porqués genuinos y
ocultos de las actuaciones y de las palabras pronunciadas. (…)
»Esta joya literaria, obra muy actual y abierta, por sus temas, por su tratamiento, se presta a una fácil —si no lógica— transformación en guión de película o en obra teatral (no en vano, detrás de ella se perciben procedimientos y efectos del gran teatro griego y norteamericano). A nadie debe sorprender que este elaborado y cuidadoso escrito, denso y ligero —a caballo de la novela corta y la novela—, combinación de relato de investigación, psicológico, social, ensayístico y filosófico, sin vanguardismos epatantes, brille, después de todo, en fondo y forma, por su frescura y su libertad expresivas.»
Isidro Cabello Hernandorena, Revista Quimera, noviembre de 2002
Crítica completa en pdf
Por su interés filológico, reproduzco completa la reseña de la novela La alambrada firmada por Emilio Peral y publicada en 2002:
Inconsistencias
«La alambrada, última novela de José Marzo, constituye un pobre ejemplo de literatura mortuoria, esto es, aquella que se centra bien en reflexionar sobre los últimos momentos de la vida de un personaje, bien sobre su pasada y recién perdida existencia. No son muchos los casos que pueden esgrimirse en la literatura española, si exceptuamos la peculiar lectura del género realizada por Miguel Delibes en Cinco horas con Mario, que, sin duda, actúa como referente lejano del presente texto. Algo más numerosos son los ejemplos en la literatura en lengua inglesa; baste citar, como botón de muestra, el excelente relato autobiográfico que, con el título Esta salvaje oscuridad, escribiera, con sobrio estoicismo, Harold Brodkey meses antes de su muerte.
»Por tanto, no contaba José Marzo con una sólida tradición que le sirviera de guía en el camino que había decidido emprender. No obstante, las principales trabas que pueden ser achacadas a la novela no residen precisamente en aquellos aspectos que tienen que ver de forma directa con la condición agonizante de uno de los protagonistas. Más bien, La alambrada resulta una novela fallida por la incapacidad para hacer de ella un relato verosímil, y de sus dramatis personæ entes con plena entidad. Dicho de otro modo, la muerte de Emilio no es un ingrediente necesario de la obra, y sí, por el contrario, una excusa que actúa de telón de fondo para abordar mil y una otras cuestiones.
»La falta de verosimilitud reside, ante todo, en el diálogo que media entre Emilio y su sobrino Ángel. Dicho intercambio verbal resulta en exceso fingido por cuanto es hinchado de una erudición que, basada en un gravoso aparato de referencias filosófico-literarias, actúa como elemento desestabilizador de la tensión inherente al marco narrativo elegido. Por ello, tanto las peroratas del enfermo en pro de cultivar a su interlocutor, como las respuestas de éste han de ser consideradas ingredientes contrarios a la concreción e intensidad del relato.
»En lo que toca a la caracterización de los personajes, La alambrada se basa –al modo de los diálogos medievales– en la controvertida charla entre dos supuestos litigantes que pretenden, por vía de la palabra, hallar un espacio de encuentro perdido tiempo atrás. Por el contrario, Emilio y Ángel no constituyen ámbitos de opinión plenamente diferenciados, sino, en todo caso, dos máscaras que sirven de parapeto a un narrador, de sempiterna presencia, que utiliza a sus criaturas como voceros de argumentos que no les pertenecen de acuerdo a la coherencia interna del texto.
»A los aspectos hasta aquí apuntados habría que añadir una falta de planificación en el proceso de creación de la novela. Los diversos temas que se derivan del diálogo entre los personajes son abandonados, en múltiples ocasiones apenas se esbozan. Ello crea en el lector una sensación de hacinamiento, más o menos aleatoria, de unos asuntos que, faltos de una criba selectiva, acaban perdiendo su potencial interés. Me limitaré a señalar un ejemplo al respecto. La llegada de Ángel al hospital para ver a su tío va precedida de una serie de signos, hábilmente espigados durante una docena de páginas, encaminados a mostrarnos cómo los síntomas de la enfermedad que ha colocado a Emilio al borde de la muerte se están reproduciendo en su sobrino. Sin embargo, la trágica circularidad de los destinos es olvidada por completo en virtud de larguísimos excursos que poco aportan a la armazón del texto. El simbolismo de la alambrada –nunca explicado y ni siquiera aludido– que da título a la novela se yergue, pues, en obstáculo infranqueable para un texto de escasa solidez en el que se apuntan ideas más que formas.»
Emilio Peral (octubre de 2002, nº 70 de Revista de Libros de Cajamadrid)
Fragmento de una entrevista:
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MJL—[Por lo que dices], da la impresión de que en La alambrada no dejaste ningún cabo suelto, ningún espacio al azar.
JM—No querría dar esa impresión porque no es cierta. Aunque tardé varios años en madurar la historia, la redacción final fue muy rápida, en estado de gracia. Las circunstancias concretas, las situaciones descritas y a las que se alude, al menos la mayoría, se hallaban ya en mis apuntes antes de la redacción, pero la novela no hubiera sido posible si, en un momento dado, los dos personajes no hubieran tomado la iniciativa. El milagro de un buen diálogo se produce cuando los personajes hablan por cuenta propia; y cuando te entrometes, miran abajo y dicen: «Tú limítate a transcribir, ¡estúpido escritor!»
Respuesta a Manuel Jiménez Lindt, en La Insignia el 2 de septiembre de 2002
Algunos fragmentos de la crítica que José María Guelbenzu publicó sobre la novela Un rincón para César en 1999:
«Una de las características de los libros de autores primerizos que vengo leyendo de un tiempo a esta parte es que éstos dan la sensación de escribir como si la novela no hubiera existido antes de ellos, no porque la subviertan sino porque la ignoran.»
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«César es un personaje que no se define por sí mismo; sus actos son más o menos convencionales, genéricos y no pasan de ser sólo enunciados (es decir: no se los extrae de su generalidad para encontrar su singularidad); y sus pensamientos podrían serlo igual de otro, de cualquiera, salvo alguno más personal.»
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«Así, tanto el personaje César como las razones por las que alguien decide contar su historia nos son escamoteadas. Quiero decir: las razones de fondo. Las de superficie están a la vista, pero no justifican una novela; y tampoco una crónica. En fin, ¿por qué este personaje y no otro? Esa es una pregunta que, desde luego, no nos hacemos ante el Julián Sorel de Rojo y Negro.»
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«Todos ellos [los demás personajes], al contrario de César, tienen misterio, tienen algo que los vuelve dramáticos. Ahí está lo mejor de José Marzo y no en el voluntarismo de contar la vida de un personaje que no se lo merece. Porque en esos personajes hay intención, singularidad, a la espera de que José Marzo se la juegue. Son personajes –esos u otros– que le están esperando. Y el lector también.»
José María Guelbenzu (junio de 1999, nº Revista de Libros de Cajamadrid)